domingo, 28 de junio de 2015

Te siento




Entro en ti y te cuelas entre mis dedos.

Me acaricias.

Las ondas de mi pelo se enredan en las tuyas.

Me elevas, me hundes, me dejo.

Te mueves conmigo mientras me mojas.

Mis latidos se acompasan con tus olas y
me refrescas la piel ardiente de sol.

¡Ven mar!

viernes, 26 de junio de 2015

Hambre de besos

Por el calibre de tu cintura, deduzco tu hambre de besos,
besos cálidos, besos tiernos, besos.

Por el aroma a azahar del patio, adivino sentirte en casa,
en mi hogar, en mis brazos.

Por tu ausencia me siento sombra,
huella vacía, fósil en mi cama.

Esférico, curvado, torneado, redondo
así es mi anhelo rodeando tu entorno
el anillo en tu dedo,
una promesa de retorno.

Sin miedo a los abrojos

Alborea la mañana dejando un halo en la trinquete
Yo mirando al horizonte, la mano de pantalla en la frente.
Sí, soy yo la capitana de esta veloz fragata
y, con capa purpúrea al viento,
¡reclamo el rango de pirata!

Soy mujer como la mar, la sal y las olas
Y como tal navego a voluntad, sin lastre, a solas.
Golpes de lampazos limpiando la cubierta
suenan a otros de cadenas
que rompo ¡Me voy tan harta!

Hoy no temo a los abrojos de la costa
Cardos en el mascarón serán mi emblema

No soy costilla de nadie. 
Firme mi decisión, ¡nítida mi meta! 



martes, 28 de abril de 2015

Descansa el hocico sobre almohada de paja

Descansa el hocico sobre almohada de paja
sin casi forraje ni sueños ni alma.
Una alcoba sin techo, pesebre sin infante
sed que sofoca del aljibe su balde.

Pobre borrico, trabaja a deshoras
girando y girando en la noria sin fin.
Un solo gesto, una leve caricia,
un puñado de alfalfa, el sueldo a pedir.
¡Ojalá supiera al menos su ama
que esforzado día a día en la noria trabaja
sin saber salir de ese círculo infernal
siempre adelante, sin freno ni marcha atrás!

Ven a buscarme

Tic, tac, tic, tac
El segundero avanza impasible
¡Responde! ¿Sí? ¿No? ¡Mírame!
 
Tic, tac, tic, tac
¡Vive! ¡Muere! Tú decides
¿Vas? ¿Vuelves? Péndulo irascible
 
Tic, tac, tic, tac
¿Sabes dónde estás?
no tu abismo, no tú mismo.
 
Tic, tac, tic, tac
Mira las luces, los destellos.
Ven a buscarme, en la calle te espero.

viernes, 10 de abril de 2015

Kenya
 
Analizando el momento perdido
una situación que llega sin sentido
contando pasos, midiendo distancias,
no hay infinito en la mira.
No es el azar quien elige esa vida,
es una mano que tiene nombre
que transforma el movimiento en quietud.
Sólo un disparo,
sólo una decisión
y entonces muerte,
luego, la nada.

jueves, 9 de abril de 2015

Recuerdos de verano

Ombligos al aire cruzando a lo loco esa vieja calle sin tránsito alguno.

Nos vimos como siempre en el café a la vuelta de la esquina de la funeraria
donde un par de hamburguesas terminaban en guerras de ketchup y semillas de sésamo.

Aún siento la textura de las gotas de chocolate sobre el helado de vainilla que lamía de tu boca.

Recuerdos bajo un cielo de nubes plomizas de verano de calina y adolescencia.

Estoy cansada de estar sin ti.






miércoles, 8 de abril de 2015

Abrázame

(No conozco el autor de la ilustración,
si eres tú, pon un comentario y te citaré encantada)
Me falta tu abrazo.
Tengo el pecho oprimido y
la voz atrapada en la garganta.
Me hundo.
Un mar de lágrimas
me ahoga con sus olas
y no puedo respirar.
Tus brazos me sacan del agua…
¡Aire!

lunes, 6 de abril de 2015

Mi padre adora los frutos secos. Como tantos otros de su generación, se crió en el pueblo y para él eran como las chuches de ahora. Su pasión por cogerlos le llevó a desarrollar una asombrosa capacidad para poner la piedra donde ponía el ojo. Le decíamos qué piña queríamos y esa, exactamente esa, caía produciendo un estruendo tremendo y desparramando los piñones por todas partes.

No sabría por cuál decidirme, quizá sean las castañas los frutos secos que más me gusten. Crudas, asadas, pilongas, cocidas con anises, en crema, en mermelada… y ¡el marrón glacé!

Sin embargo, las nueces tienen algo especial. Fue mi padre el que me enseñó a abrirlas. No recuerdo que en casa hubiera cascanueces, o si directamente no se usaba. Con un cuchillo de punta roma, “el de los niños pequeños”, me enseñó a buscar el punto exacto en la hendidura de la cáscara, girar y obrar el milagro: dos partes exactas del fruto carnoso preparadas para mi apetito feroz. Eso no fallaba nunca.

Había ocasiones en que no estábamos en casa con el cuchillo mágico y entonces, cuando mis manos aún eran muy pequeñas para poder hacerlo, él utilizaba dos nueces al tiempo y juntando una palma de la mano contra la otra apretaba y abría siempre una de ellas. ¿Qué hacer entonces con la restante? Agarrando la nuez con el dedo índice de la mano izquierda como si fuera un gancho y apoyándolo sobre el borde de una superficie lisa, un golpe seco de la otra mano sobre el muñón pirata y ¡zás! el tesoro al descubierto. La enseñanza más importante queda para el final: nunca te molestes en abrir nueces que cuando las mueves suenan porque ya están secas.

Todo eso son recuerdos infantiles que me provocan siempre una sonrisa en cuanto veo aparecer de nuevo nueces, avellanas y castañas en las fruterías, anécdotas que endulza una con los años y que en su momento convirtieron a mi padre en mi héroe.

¿A qué venía todo esto? Ah sí, a que me encantan las nueces y a que adoro a mi padre.

Un último detalle para los que prefieren "El Cascanueces"  http://youtu.be/pad_YksPt7s

viernes, 3 de abril de 2015

Un nuevo barrio: ¿naturaleza conquistada?

Esta tierra aneja al Madrid que crece como la espuma ocupando cuanto se le antoja, nos acogió hace ya más de siete años dejando que llenáramos de cemento y ladrillo espacios que antes ocupaban cereales, pequeños huertos, aves y conejos. Llegamos aquí felices con un título de propiedad entre los dientes con el pecho henchido de satisfacción creyéndonos pioneros en una nueva tierra.

Comenzamos a reclamar lo que estimamos era básico para crear un barrio con las dotaciones necesarias para poder “vivir” aquí. Al principio sí que eran necesidades básicas, desde luego: luz en las calles, líneas fijas de teléfono, transporte público. Tardaron unos meses pero llegaron. 

Aún me río recordando la primera vez que salí a trabajar desde mi nueva casa, a las ocho de la mañana, cuando aún no había luz en las calles pero sí grúas, vallas y camiones por todas partes. Poneos en situación: los obreros haciendo una fogata en la calle para paliar un poco el tremendo frío de diciembre, sus llamas eran lo único que iluminaba la calle junto con pequeñas bombillas en los andamios del edificio que aún andaban construyendo en frente de nuestra nueva casa. Se abre la puerta del garaje y voy acercando el coche mientras asciende lentamente el portón y me encuentro a los obreros boquiabiertos que creen estar ante un remake de “Encuentros en la Tercera Fase”. Oigo a uno decir “¿de dónde sale esta gente?” y los niños y yo no paramos de reír.

Es sólo una pequeña anécdota para que sepáis qué tipo de vida se hacía en los inicios de este barrio o, por ejemplo, que tenía que hacer dos kilómetros caminando para ir a comprar pan los fines de semana que trabajaba mi marido y tenía que llevarse el coche, o la alegría por el primer comercio que se abrió: una farmacia.

Todo esto acontecía hace poco más de siete años y, entre tanto, no parecía que hubiera más vida que la de los hierbajos y los incipientes jardines y árboles que se incluyeron en el proyecto de barrio. Algunos gorriones y lavanderas se veían, pero no demasiados. Era como si todos los animales que antes de la colonización eran los dueños de estas tierras de labor y de caza estuvieran expectantes hasta ver si éramos de fiar o no.

Desde que llegamos aquí, comencé a disfrutar de largos paseos matutinos. Al principio me animé a hacerlo para mejorar mi estado físico pero poco a poco se convirtió en una oportunidad para tener  tiempo para mí, un espacio para mí, aire. Salgo muy temprano en cuanto llega la primavera y soy una espectadora muy afortunada porque empieza a asomarse el sol en el horizonte y poco a poco despierta el campo. Sólo se oyen trinos y el viento jugando con las hojas de los chopos.

Con el tiempo, la vida ha ido regresando a su hábitat y sus verdaderos dueños van acostumbrándose a nuestra presencia y a convivir con nuestro ruido, humos y olores y durante unos años me he sentido muy afortunada por dejar que jilgueros, verderones, alondras moñudas, cigüeñas, torcaces, mirlos y muchas, muchas urracas permanecieran en las ramas mientras yo, pisando suavemente, pasaba caminando a su lado procurando no alterar su rutina.

He tenido la suerte de disfrutar de momentos inolvidables como lo que me sucedió hace un par de meses. Vi una bandada de golondrinas haciendo vuelos rasantes sobre espigas de avena silvestre y me acerqué despacio para observarlas. Para mi sorpresa, no alteraron ni un ápice sus movimientos de manera que terminé en medio de la trayectoria de su vuelo y pasaban volando a mi alrededor, algunas a la altura de mis hombros, otras de mi cabeza, haciéndome sentir  Pocahontas en aquella escena en que el viento hace volar las hojas a su alrededor (no es una metáfora, os juro que fue lo que pensé en ese momento y la música sonó en mi cabeza)

En otra ocasión, enfadada porque me había encontrado los restos de una juerga nocturna en medio de mi paseo, agarré varias botellas y plásticos y las eché a la primera papelera que encontré. Sentí como si alguien hubiera profanado Mi paseo, Mi espacio. Al hacerlo meditaba sobre lo poco que puede hacer una persona frente a cientos de individuos que se sirven del mundo como si fuera su cubo de basura. 

Mientras seguía caminando, fui testigo de una imagen que me hizo volver a creer en la vida: una hermosa perdiz, seguida de cuatro o cinco polluelos, cruzaban la calle por el paso de cebra. ¿Beatles versión animada? Solté una carcajada en medio de la calle y con el ruido corrieron como locas asustadas mientras me decía a mí misma que la naturaleza me había premiado por mi buena acción.

Lagartijas, conejos, liebres, águilas, cernícalos y una abubilla completan mi colección de descubrimientos que, para alguien que puede disfrutar de una estación de metro a dos manzanas de casa, no está nada mal ¿verdad?

Como decía, tras la urbanización, poco a poco los lugareños se acostumbraron a nuestra incivilización y, en parcelas valladas en las que por la tan cacareada “crisis” no se ha llegado a construir, aparecen madrigueras y ha retoñado algún frutal que regala manzanas o membrillos descuidados y picoteados por insectos y aves a los que se dignan a mirar a través de la alambrada.

Creo que me falta añadir que el barrio del que hablo es el Ensanche de Vallecas. No me voy a extender contando el fabuloso proyecto urbanístico que desarrolla el PAU porque hay cientos de blogs que lo explican ni que tenemos un tejido social importado de los barrios de Puente y Villa de Vallecas. Esas dos facetas deberían haber sido suficientes para tener un barrio estupendo, de magníficos edificios ecológicos, grandes avenidas y uno de los espacios con más zonas verdes por metro cuadrado de todo Madrid a disposición de vecinos con ganas de hacer de este barrio, su barrio.

En el mes de mayo del año pasado comencé a dirigir mi mirada a los edificios que destacaban aquí y allí entre medias del ladrillo rojo de los más sencillos de las cooperativas y acompañada siempre del móvil y en ocasiones de mi Olympus comencé a coleccionar fachadas, pilares, cornisas, ventanas desde todas las perspectivas que se me ocurrían además de buscar información sobre los proyectos y arquitectos que los habían realizado.

Entre tanto, las asociaciones de vecinos que surgieron incluso antes de que se pudiera acceder a las viviendas, comenzaban a reclamar colegios, centros sanitarios, bibliotecas, equipamientos deportivos…

Hasta ahora, incluso con la crisis, no nos ha ido del todo mal aunque aún falta mucho por conseguir pero no se vive mal aquí, en realidad me siento privilegiada con respecto a muchos otros barrios madrileños incluidos aquellos con un alto nivel de renta per cápita porque no tienen estas grandes avenidas surcadas por cigüeñas o algún águila ni tienen cerca de casa un manzano ni una madriguera de conejo.



Entonces, ¿por qué nos empeñamos en destrozar lo que tanto esfuerzo ha costado? He hablado incluyéndome pero creo que no lo voy a hacer más porque yo no me siento de la misma raza que esos individuos. Cada día faltan más tapas de alcantarilla, que se llevan para vender como chatarra; cualquier parcela vale para generar una escombrera y en las noches calurosas los parques se convierten en restaurantes fast food al aire libre donde cualquier parterre se transforma por arte de birlibirloque en cubo de basura donde depositar botellas, cajas de pizza o envases de MacPollo.

Me siento indignada con lo que está pasando aquí y con tristeza salgo a pasear una mañana más con la impotencia de saber que no puedo hacer nada para cambiarlo. Aunque yo recogiera algo cada día, eso no compensaría la falta de educación.  ¿Estoy sola en esto? ¿Sólo lo veo yo? ¿Por qué no se puede hacer nada aparte de denunciarlo al ayuntamiento para que de vez en cuando envíe una cuadrilla y lo limpie? Siempre hay más gente destrozando y ensuciando que empleados limpiando. ¡Qué pena de barrio!

Nota: las fotos son mías salvo la de la perdiz porque soy absolutamente incapaz de sacar una buena fotografía de un ave, por eso, la he tomado prestada de Ricardo Rodríguez cuyo maravilloso blog os invito a visitar: http://avesricardo.blogspot.com.es

domingo, 29 de marzo de 2015

Aroma

Mañana seré mayor y aún más pasado mañana, pero hoy no.

Hoy he cerrado los ojos y tenía seis años, un baby blanco lleno de puntitos negros que me empeño en quitar... no se puede... son pequeños bichitos que caen de la acacia que sacudo con todas mis fuerzas para que caigan las flores de "pan y quesito".

Estoy en el patio del cole, es primavera rabiosa de calor y tengo la cara empapada. ¡Qué bien huele!. Han salido las flores del rosal trepador, apretadísimas de tantos pétalos ... las veo pero no las huelo.

Sólo siento el aroma de las flores de las acacias y quiero que caigan para chupar el néctar.
Hoy he pasado corriendo, no llegaba a mi cita ... pero no puedo...me paro en seco, un aroma me ha hecho detener el tiempo y ahora tengo sólo seis años y quiero "pan y quesito".

miércoles, 11 de marzo de 2015

Ya es medianoche (Marie... y III)

Escondidos en el pequeño habitáculo de madera, mirando las sombras reflejadas de los paseantes sobre el tablero del viejo periscopio, riendo bajito, esperando que se cierren las puertas y desaparezcan los extraños. Por fin las luces se apagan y con las manos enlazadas salen a recorrer las salas mudas y frías.

-- Ven, quiero contarte algo... Quédate aquí y pega tu oído a la esquina, yo me situaré en frente y te susurraré. Verás como mi voz camina por el arco.

Marie permanece quieta, alerta a las vibraciones que sus manos van recibiendo poco a poco, entonces comienza a creer y escucha:
-- Eres para mí. Naciste para entregarme tu voz, tus palabras, porque yo existo cuando tú me hablas, porque desaparezco cuando callas.

Con los ojos brillantes, Marie sonríe:
-- ¡Henry, eres bobo! -y corriendo le propone - ¡Sígueme!

Su risa comienza a crear ecos en las salas que recorren hasta llegar a la antigua iglesia. Señala la aeronave que cuelga del techo y con los brazos en cruz y de puntillas da pequeños saltos imitando cortos vuelos.

-- Quiero escapar contigo y recorrer el mundo entero como las aves, alejando mis pies del suelo. Henry, ¡ayúdame a volar!

El péndulo oscila queriendo negar lo evidente. En la enorme sala todo parece irreal, pero ellos están allí riendo en voz alta,  viviendo un nuevo destino: su primera noche. El movimiento perpetuo sí que existe. Es el que crea el tiempo que ya comparten los dos.

Hoy Marie no volverá a casa. Es medianoche y ya no es jueves. No habrá más días de espera ni noches en vela. Su tiempo ha llegado.

martes, 10 de marzo de 2015

La vie en rose (Marie II)

Marie deposita un suave beso en los labios de Henry. Hoy sí pudo ser. Está dormido pero esboza una leve sonrisa y extiende la mano hacia el espacio que ella ha dejado y que aún guarda la tibieza de su cuerpo.

Coge los zapatos y de puntillas sale del apartamento del número 9 de la Rue des Halles. Abajo, en la tintorería recoge las prendas que exculparán su tardanza al volver a casa. A casa. No lleva pies sino plomos que lastran un camino lento hacia casa. Sabe quién espera y no tiene prisa por regresar. Vuelve el rostro hacia el balcón esperando que Henry se asome pero no hay nadie. Mejor, es más fácil ir sola, sin sus ojos deslizándose por su espalda. Aún puede notar su dedo dibujando espirales sobre su columna, despacio, vértebra a vértebra hasta su nuca... ¡Corre Marie!. ¡Se hace tarde!.


Con paso ligero vuelve a cruzar el Pont Neuf, un ligero vistazo a Notre Dame. Un beso al aire. ¡Hasta el próximo jueves!.

Ahora sí, sonriendo, sabe que habrá otro jueves, muchos jueves, porque Henry tiene la boca que calma su sed, los brazos que le dan el calor que le falta, las manos que enmarcan su cara y le obligan a mirarle perdiéndose en sus ojos. Porque de él aprende todo lo que no sabe, sus palabras la llevan viajando a sitios que ni imaginaba que existieran.

...Quand il me prend dans ses bras, il me parle tout bas, je vois la vie en rose...

domingo, 8 de marzo de 2015

Y de repente, el mundo... (Marie)

Marie está oculta entre sus tareas, recogiendo su casa, preparando sopa, preguntándose porqué aún no ha llegado el recibo del seguro, "los niños salen antes, no me va a dar tiempo..." Se sienta, está agotada, quizá un poco de música pueda anestesiar este dolor de espalda, sí una aspirina también y un poco de Bach hace que su corazón tenga un poco de tiempo para soñar.

Marie camina ahora por el Pont Neuf y el viento que revuelve su pelo le golpea con fuerza en las mejillas.

Al fondo, en el Teurry, una copa de vino espera con impaciencia unos labios que enjuguen su sed. Henry empieza a desesperar, "Marie está tardando mucho, quizá esta tarde tampoco pueda venir. No puedo más, cinco minutos y la llamo".


Los pasos son cada vez más ligeros, casi corren de impaciencia, hoy sí puede ser, el mundo está esperándola.

Sonrisas al tiempo, un beso suave, despacio. "Ven, vámonos".

De la mano caminan a orillas del Sena hasta Notre Dame otra vez, como cada jueves, para sentarse frente a su portada. Una joven hace llorar a un cello, suena "El Cisne" de Saint-Saens, mientras Marie apoya la cabeza en Henry susurrándole: "Escucha cómo suenan los colores, cómo brillan las notas subiendo por las vidrieras, trepando por los arbotantes hasta Emmanuel , ella también quiere cantar cuando nos ve juntos, ¿lo sientes? es para nosotros, sólo para nosotros, la música, la luz, el tiempo... todo para nosotros".

La aguja araña el vinilo, el dolor vuelve cuando la música acaba... El mundo tendrá que esperar.