domingo, 11 de octubre de 2020

UN PASEO PERPETUO

 

Camino lentamente, sola. Resulta extraño girar la cabeza a un lado y a otro y descubrir que los senderos siguen vacíos. Es esa hora de la tarde en la que los pocos pájaros que se atreven a cantar suenan más a despedida que a cortejo.

Otra fuente, un reflejo de la cúpula y de la torre de San Manuel y San Benito invita a su captura en una foto más y, de repente, una hoja emborrona esa imagen con las ondas que ha creado su caída en la pileta.

Y sigo caminando, pero mis botas no emiten sonido alguno en la grava ni me persigue una sombra.

Carlos II, Doña Berenguela, Alfonso I de Aragón, sin orden aparente, me van saludando desde el pedestal con su mirada orgullosa, altiva, recordándome que no habrá una inscripción con un nombre que recuerde que estuve aquí, que les hablé, que les confesé la soledad de mi piel sin su roce.

Continúo atraída por el graznido desesperado de los patos peleando por las migajas que olvidaron los críos sobre la baranda del estanque. Me gusta mirarlos. Si volviera a nacer querría ser pato, no, mejor cisne. Poder caminar, nadar, volar… desplazarme en todos los elementos para que mis alas sientan la tierra, el agua o el viento sin impedirme ir a donde quiera. Sí, sería cisne y, al igual que ellos, seguiría con él hasta el final.

Y tarareando a Saint-Saëns*, me alejo buscando, sólo por seguir mientras haya luz. No hay muchas más personas: alguien en bici que me pasa rozando, el guarda de las barcas del estanque, algún adivinador del futuro.  

A lo lejos diviso el templete. Suena algo y parece que hay gente moviéndose dentro. Corro hasta allí y freno en seco delante de ellos fascinada por el movimiento sensual que los enlaza. Es una pareja que mirándose a los ojos enumera los pasos de una melodía: “uno adelante con la izquierda, dos el derecho al lado, tres reúne, cuatro hacia atrás, con el cinco cruza el izquierdo sobre el derecho – las risas de ambos y la cabeza de ella al hombro de él - seis atrás con el derecho, siete a la izquierda y junta los dos de nuevo en el ocho”.

Mi mirada se queda atrapada en los cuerpos que oscilan con las notas del tango que llora**, y yo con él, mientras se deslizan en una caminata tras otra para alargar su tiempo abrazados. Lo que daría por vivir ese romance de tres minutos…

Extiendo mi mano para sentir los pocos rayos de luz que cada vez más débiles atraviesan las hojas de los árboles. Sólo me quedan unos segundos antes de que la luna borre mi presencia y me condene un día más a esperarle. Mañana, una vez más, recorreré las sendas y seguiré buscándolo en esos ojos que no me ven. Me lo prometió, sé que vendrá.

 

(*)  “El cisne”, Saint-Saëns

(**)  Tango “Por una cabeza” en “Esencia de Mujer”, 1993