sábado, 18 de diciembre de 2021

La Felicidad

La felicidad se conjuga en presente, es efímera, dura lo que tardan los labios en separarse para convertirse en sonrisa al recordarlo, es entonces cuando desaparece y se convierte en pasado, se envuelve en melancolía y anhelo del retorno de un nuevo presente.

Buscamos ansiosos un presente que se llene de momentos, uno tras otro, para vivir con la ilusión de una felicidad continua, pero es que hay tantos momentos que aunque parezca una quimera existe, es posible ser feliz, lo sé,

La felicidad somos nosotros de la mano en el reflejo de los adoquines mojados.

La felicidad son mis pies invadiendo tus huellas en la arena y el Sol llenando de luz roja mis párpados cerrados.

La felicidad es el sonido de un mensaje entrando en el móvil y un pequeño destello de color anunciando tus palabras.

La felicidad es el sonido de tu voz, los dos por fin solos en la penumbra de la habitación.

La felicidad es mi risa y tus ojos alegres culpables.

La felicidad son unos pasos torpes siguiendo la melodía de nuestra canción.

La felicidad es tu mano en la mía mientras conduces.

 La felicidad es el momento exacto del amanecer en que abro los ojos y estás conmigo, y me miras.

La felicidad es saber que en este preciso instante lees estas palabras y sonríes porque sabes que son para ti.




miércoles, 15 de diciembre de 2021

El puente

 Si fuera un objeto, sería un puente.

Sería el enlace al otro lado, como los traductores con otras lenguas.

Tendría unos pilares fuertes que se rieran de las aguas turbulentas; las grandes riadas ahogarían mis vanos pero yo seguiría firme, contra corriente.

Yo sería ese puente sobre cuyos muros los viejos pescadores apoyarían sus cañas, las parejas se encontrarían y dejarían su promesa en un candado.

Ese puente al que, sin dejar de sostenerles, mis hijos pudiesen agarrarse en las crecidas y por el que correr a cruzar al otro lado, a su nueva vida, ya solos, adultos, libres.



sábado, 11 de diciembre de 2021

Diciembre 2

Cuenta mi madre que a mi padre le encantaba bailar el tango, de salón por supuesto, no de exhibición. Ella no sabía los pasos así que mi padre compartía esos bailes con su prima Vitoria y, según dicen, daban la nota en los bailes de comuniones, bodas y otras fiestas a las que una familia de primos que se adoraban no dudaban en acudir con las familias al completo.

Y es con este motivo que me vino a la mente la imagen de mi padre llevándome casi en volandas para guiarme en un pasodoble que no era capaz de seguir y que me provocaba carcajadas y a él una sonrisa enorme en esas celebraciones de Nochebuena y Nochevieja tan ruidosas en casa y que tanto echo de menos.
Ahora es cuando aparece el lado positivo de ese diciembre que el otro día me empeñaba en pasar por alto y es que, sin embargo, guardaba un lado oculto que olvidé y que sería injusto no reconocerle.
Diciembre es el mes más musical del año, al menos para mí. Es el que trae los conciertos navideños de mi hija - once años ya en el coro y sigo llorando cada vez que la oigo cantar -; es el mes de Mariah Carey y su machacona "All I want for Christmas" en todos los comercios y los villancicos en casa mientras montamos el árbol; algún que otro evento en el Botánico o que organice la Biblioteca Nacional, el Prado...
La música en mi vida y en mi familia no falta nunca y es esa faceta la que pone buena nota a diciembre a pesar de todas las desilusiones y esperanzas rotas. La música en la voz de mi madre cantando, en los pasodobles con mi padre, en los conciertos de mi hija e incluso yo misma desgañitándome en el coche en los atascos.
Cantemos y bailemos aunque sea diciembre, no sepamos los pasos del tango y yo siga añorando tanto a mi padre.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Campos de Lavanda

Como cada mañana temprano sobre mi bici intento compensar mi adicción al chocolate y el trabajo sedentario que tantos dolores me genera, pero hoy no me he quedado en la habitación, la estantería frente a la que pedaleo huele a lavanda y ese aroma me ha llevado a un camino polvoriento en el que una leve brisa revuelve mis rizos y refresca mis piernas.

Está amaneciendo y los rayos de sol están despertando las flores que rabiosas de calor desprendían ayer tarde esa esencia que se te pega a la piel cuando caminas cerca. Puedo ver un horizonte de color violeta a mi alrededor, donde quiera que mire, y me detengo y tirando mi bici al suelo echo a correr entre las matas de lavanda rozando las espigas con la punta de los dedos para impregnarme de su olor y llevármelo conmigo.
Éste es un sábado de lavanda y mi pelo blanco lo es hoy un poco menos.



Diciembre

Empezó diciembre.

Me asomo con desconfianza a este mes como a ese mar oscuro que golpea la roca desde la que lo miras, sabiendo que tienes que saltar sin ver lo que hay debajo.
Diciembre era tan increíble siendo niña que la suma de decepciones de tantas décadas me ha creado una especie de temor a asomarme a tantos días de expectativas que han de cumplirse sin tener ninguna base real de que eso pueda suceder: aumenta considerablemente el volumen de trabajo y sin embargo es el mes de menos días laborables; compromisos eludidos, que ya no pueden ser pospuestos por más tiempo; y lo peor de todo, que se supone que son días de alegría y felicidad... ¿Perdona??? Este es el mes en el que todo eso por lo que has ido pasando de puntillas se te vuelve a la cara. Sí, es el mes de las suegras, los cuñados y las palizas en la cocina para contentar a todos sin conseguirlo jamás porque el de pescado no quiere carne, el de carne odia las verduras, uno quiere cenar mucho, otro poco o nada... Ah, algo más, me casé un 22 de diciembre y sí, la lotería también la apuntamos en la lista de decepciones.
Y luego están los regalos. Quieres rebelarte, cada año te propones no caer y siempre acabas en el mismo sitio y al mismo tiempo que el resto de zombies buscando regalos de última hora.
Y hace frío, mucho, y no quedan hojas en los árboles. Se acabó el color, la luz, la naturaleza duerme y yo quisiera dormir, saltarme desde el undécimo día de diciembre hasta que acabe la cabalgata en enero y todo vuelva a empezar.
Este deseo, ¿a qué estrella se le pide?



Costurera, costurera

"Costurera sin dedal, cose poco y cose mal", "no te metas en camisas de once varas", "si sale con barba: San Antón, y si no, la Purísima", "no cosas por la noche que todos los gatos son pardos"... Y así, entre puntada y puntada, mi madre me iba enseñando a hilvanar, sobrehilar, zurcir, las calidades de los tejidos y cómo cortar para sacar el máximo partido a un retal. Lo peor era bordar, deshaciendo una y otra vez con el culito de la aguja hasta que el dibujo quedaba perfecto, por el derecho y el revés.

Hoy, mientras arreglaba un pequeño desgarro en un pantalón, me he dado cuenta de que no importa el tiempo que pase desde que lo hice la última vez, la costura siempre ralentiza mi latido y convierte lo que me preocupa en algo lejano. Coser me devuelve la tranquilidad con esa aritmética perfecta que tienen las puntadas y me devuelve de alguna manera a esa infancia tranquila en la que mi mayor preocupación era hacerlo deprisa para poder volver a salir a jugar por la tarde o rematar ese vestido con patrones del "Burda" que tantas ganas de estrenar tenía.
Coser es quizá de las cosas que más me devuelven a mi madre, a aquella que admiro, a la trabajadora incansable, a la que de un retal de tres palmos sacaba una "blusita", a la que después de jornadas interminables de cuidados y comidas se sentaba a la máquina de coser y aún sonreía viendo que había sido capaz de reproducir un modelito del ¡Hola!.
En aquellos entonces, como tanto le gusta decir a ella, la vida parecía fácil.

sábado, 4 de diciembre de 2021

La espera

Cuando la espera se convierte en la primera parte de la palabra esperanza, cuando ponemos la vista en un futuro y entre tanto lo vamos fabricando.

Cuando la espera nos obliga a frenar la velocidad y a apreciar lo que tenemos alrededor, de repente existe la música de ambiente en una sala de espera y a veces, sólo a veces, nos gusta y nos alegramos de haberla descubierto.

Cuando la espera nos invita a hablar con el otro, se van creando pequeños vínculos que la prisa no habría permitido de otro modo aparecer.

Y así empecé a verte despacio, a descifrar tus palabras y escuchar tus relatos y tus sueños


Fue la espera del primer beso la que hizo la magia porque, no fue el momento, fue el deseo acumulado el que hizo ese primer beso especial.

Tuvo la culpa la espera de las primeras caricias la que hizo aparecer la fiebre antes de sentirlas, la que guio las manos y los besos a los lugares ya conocidos antes de ser descubiertos.

Son esas palabras "te espero" las que afianzan lo nuestro, las que nos llevan de la mano cada noche sabiendo que hay un mañana o un pasado mañana que volverá a unirnos y nos ayudará a seguir sumando momentos que con las nuevas esperas se harán dignos de rememorar una y otra vez durante otras esperas sin un final, sin un destino.