domingo, 15 de mayo de 2022

Una simple camiseta

Es sábado por la mañana y, anestesiada aún por la modorra de ese sueño imprevisto de 7 a 9 de los findes, conecto el botón de piloto automático y comienzo las faenas domésticas: desayuno, cambiar camas, recoger ropa, poner lavadoras, planificar menús... y me dejo llevar por la inercia de lo habitual sin llegar a pensar en nada.

Pero siempre hay un clic, un chispazo que despierta la mente en blanco y comienzas a tomar conciencia de lo que estás haciendo. Esta vez ha sido al doblar una camiseta.

El bajo plegado hacia atrás, la manga izquierda monta antes que la derecha y, al momento, te das cuenta de cómo ha crecido la ropa, cómo ha pasado de tener dibujos infantiles o lacitos a una XL o una 38 y ves pasar la película de tu vida en la plancha de los fines de semana: los pantalones con rodilleras pegadas una y otra vez, los uniformes del colegio, del trabajo.

No olvidaré jamás aquella tarde que dediqué a preparar con mimo la ropa de primera puesta de mi futuro bebé o la mochila de las primeras excursiones ni mucho menos la inmensa tristeza que dejaron las maletas llenas de aquello que nunca volverá a estar en mi armario.
Es curioso, ¿verdad? que una simple camiseta lleve todo ese bagaje emocional.

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